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Tigre es otra vez de primera, un grito que retumba en toda la región

Por Eduardo Abella Nazar y Román Iglesias Brickles

El estadio Florencio Sola, en el coqueto barrio inglés de Banfield, parece sacudirse: faltan un par de minutos para que se agote el primer tiempo de la gran final por el ascenso a Primera. La pelota viaja a los pies del arquero Gagliardo, de Barracas, que presionado por el goleador Magnín despeja rápido y mal, casi que mordiendo el balón, que se detiene en el botín de Zabala; éste arranca hacia el arco de la tribuna Valentín Suárez, abarrotada por unos 10.000 hinchas del Matador, que ven como el derechazo cargado de potencia y efecto toma una comba perfecta y se incrusta pegado al palo izquierdo: hay una fracción de segundo en la que el tiempo se detiene y justo después llega el grito de gol que nace en ese preciso instante desde los dos costados de la cancha del Taladro y se desparrama como un manantial de gloria y tensa alegría por toda la zona norte. Viaja en el acto desde el sur hacia Victoria.

Es un estruendo que atraviesa todos los barrios de desde la General Paz hasta Campana. Desde Bernabé Ferreyra y Rugilo hasta Juan de la Cruz Chaparro, pasando por  Edgardo Paruzzo, Lechuga Maggiolo, Sapo Herschel, Chino Luna, Leandro Lázzaro, Fede González y Janson -goleadores en la final con Boca- o las actuaciones de Martín Morel en los equipos de Caruso y de Cagna, hasta el golazo de Zabala en la noche de la final: todos están en las ricas páginas del equipo del norte.

El equipo del hasta hace poco ignoto Diego Martínez, el dt que se parece a Cristo, es también de Martínez y La Lucila, de San Isidro, de Beccar, de Troncos, de Torcuato, Virreyes, San Fernando, Pacheco, Nordelta o el Talar: como rezan sus banderas, Tigre es de cada barrio, no de un municipio. La final, ganada de principio a fin, deja  el 1-0 final en la chapa pero con una diferencia de notable jerarquía ante la sensación del torneo, Barracas, que además venía siendo observado con lupa por dudosos fallos arbitrales al compás de una cálida relación con el poder. El campeón del Nacional B, que obtuvo 60 puntos en la fase regular, no admite dudas: es de primera Tigre, el equipo de todos por estos pagos. El Matador.


Un poco de historia 

Nació en la ciudad que lleva su nombre el 3 de agosto de 1902 pero desde 1936 su casa es Victoria. Fundado por el mítico José Dellagiovanna en lo que se conoce como la plaza de los Bomberos en Tigre Centro, tuvo dos canchas, la primera en Sarmiento entre Cazón e Italia y la otra, más famosa, en Rincón de Milberg, la del Lechero Ahogado. Pero nadie quería hacer la travesía al lejano Tigre y entonces llegó la mudanza. Además de ser uno de los 18 clubes fundadores del profesionalismo en la Argentina, Tigre disputó 55 temporadas en Primera División y obtuvo 3 sub campeonatos: 2007, 2008 -finalizó primero pero por diferencia de gol no obtuvo triangular de ese año con San Lorenzo y Boca- y 2012. La única estrella llegó tras ganar la Copa de la Superliga 2019 ante Boca. Los últimos 16 años han sido dorados para la institución, que alcanzó en 2012 la final de la Sudamericana en una recordada final y triste derrota ante San Pablo que terminó suspendida por incidentes.


Las claves

¿Su base? Un sólido arquero como Marinelli, la fiereza y el juego de Prediger, la frescura de Menossi -todos sobrevivientes del campeón 2019  que dirigía Gorosito-, la potencia de Protti y la capacidad goleadora de Magnín. El liderazgo inoxidable de Martín Galmarini, lo más parecido al rol que tiene Ponzio en River: “Me tocó jugar poco y estar mucho en el rol de grupo, porque en Tigre hacemos hincapié en la unión y la amistad para formar equipos ́ ́, dijo el Pato, que hasta tuvo el honor de levantar la Copa, en un gran gesto de Prediger: “Fue muy lindo el gesto del Perro, eso habla de lo que es como persona. Sufrimos muchos estos dos años para volver, es una categoría terrible, a todo les cuesta mucho”, cerró.


La pirámide 

El arquitecto de este campeón tiene nombre: Ezequiel Melaraña, más conocido como Kelo, un cultor del perfil bajo, que además es el fiel ladero de Sergio Massa desde la infancia.  Así le explica a Nuevo Norte el fenómeno futbolístico de un equipo que debió re armarse después de la salida de Gorosito y el mal paso en la temporada 19-20: “A Martinez lo venía viendo desde cuando se fue a Godoy Cruz, porque lo conocimos en un amistoso contra Cañuelas, cuando todavía estábamos en primera y me gustó mucho su idea de juego”. Para Melaraña, la clave estuvo en sus líderes: “Prediger adentro y Pato Galmarini desde afuera;  Magnín, que aún pudiendo irse a jugar en primera, eligió quedarse a pelearla acá, con un equipo que armamos a medida del entrenador. Martínez confirmó todo lo que supuse de él”, concluye el feliz presidente del club de Victoria.

La noche no termina en Peña y Arenales, en el Sur. La caravana con 16.000 personas toma Camino Negro, desde Lomas de Zamora y luego General Paz y Panamericana para finalmente hundirse en la hoguera de la calle Guido y Spano, en esa esquina histórica de Av. Perón. La familia del norte recibe al equipo del pueblo y la fiesta no tiene fin. El 2022 los tendrá a todos otra vez en la élite.

Massa y Melaraña
Massa y Melaraña

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