Ramón Lanús asumió la intendencia de San Isidro hace 1 año tras vencer en una interna apretada a la hija del ex intendente Gustavo Posse, Macarena.
Ya nos hemos dedicado a explicar que es un municipio con una infraestructura superior a la mayoría de los 135 que componen la provincia; también que, más allá de las obras históricas en temas hidráulicos y de mantenimiento realizadas en aquella gestión de más de dos décadas, era un municipio al que le faltaba dar el salto.
Mejor estética, mejores servicios, más seguridad, mejores asfaltos y espacios verdes: siempre hay que superar sobre la base de lo hecho.
Las últimas semanas fueron caóticas: el alcalde dijo en privado que claramente lo suyo no era la gestión, y que por eso iba a empezar a hacer política -léase meterse en el barro-. Comenzó a despotricar y blasfemar a vecinos enojados con su escuálida gestión.
La inseguridad, con varios ataques a jubilados incluidos, se está haciendo sentir. No se puede hablar de un baño de sangre en las calles de San Isidro, sería exagerado. Pero la cosa va de mal en peor.
Mientras intenta parecerse al presidente Milei (de inmejorable momento en cuanto a imagen y aprobación general) atacando a periodistas y vecinos, Lanús cae estrepitosamente en todos los índices de confianza.
Sería aconsejable que ponga todo la energía en hacer obras de calidad, no parches extraños de hormigón en algunas esquinas, con la consecuente molestia a frentistas que además se encuentran con sus veredas transformadas en parrillas itinerantes. Falta prolijidad. Falta seguridad. Faltan ideas. Sobra resentimiento y venganza. El novato alcalde debe aprender la lección y hacer un curso de política y gestión. Menos odio y más acción. Está a tiempo.
Eduardo Abella Nazar