En medio de un road trip por Estados Unidos que nos tiene sumando kilómetros de rutas y millas aéreas, siempre siguiendo y cubriendo para la televisión a la Argentina por la Copa América, no deja de asombrarme la voracidad que tiene esta nación por la obra pública. Es un país en permanente construcción, en constante armado y desarmado para buscar siempre una mejor versión. Existe una vocación por el hacer que impulsa, desde las bases, su tremendo desarrollo. Aclaro que esta no es una oda a Norteamérica: sólo señalo una cuestión que me llama mucho la atención.
Por otro lado, también se erige como un contraste furioso de la política que implementa el gobierno de Milei. Al asumir frenó toda la obra pública con la excusa de revisar todos los contratos. Una noble tarea en un país que adolece hasta de agua potable. Una vez más, los tiempos de la política no coinciden con los de la gente. A casi 8 meses de su inicio no hay indicios de algún plan maestro de infraestructura.
El influencer Santiago Maratea, el as de las colectas solidarias, está recaudando fondos – junto a la Cruz Roja- para que en una parte de la provincia de Salta la gente pueda beber agua. Estamos hablando del elemento fundamental para la vida. Y eso sólo se consigue con obra pública y estrategia aplicada. Los argentinos de a pie, siempre de corazón solidario, hacen lo que esté a su alcance para ayudar y salir adelante.
Con la Ley Bases aprobada pero todo el engranaje de gestión frenado, los argentinos se asoman con escepticismo a este momento del país que no termina de arrancar. La mirada general aún confía en que se puede modificar el destino oscuro que acecha: los argentinos tenemos ADN de creyentes y eso nos sostiene en medio de tanta debacle. La ficha está jugada.
Mientas tanto, los gobiernos provinciales y municipales se arreglan como pueden en este desbarajuste. La provincia de Buenos Aires, ese gigante tan funcional a las elecciones peronistas, pasó de ser trampolín nacional a bastión de resistencia donde se dirime quien será el elegido para la Reconquista.
Para los intendentes experimentados no hay dudas: hacer la plancha a este nivel equivale a suicidio electoral. Con fondos retaceados o reasignación de partidas internas tienen que responderle a los vecinos. Julio Zamora en Tigre, por ejemplo, está construyendo un hospital y piletas municipales para el verano. ¿No alcanza? Es posible y lo reconocen internamente. Pero las arcas locales no se estiran y dependen 100% de la recaudación de una ciudadanía que vive castigada por la crisis.
En San Isidro, un municipio rico y opulento, celebraban hace poco la remodelación de una casa vieja como un logro de gestión: las varas de medición no son todas iguales. Al mismo tiempo se liberaron permisos de construcción a la vera del Río de la Plata y muchos vecinos se preguntan preocupados si se viene una masiva privatización de las costas locales. Al parecer, el rio ya no será para todos.
Román Iglesias Brickles