Con la cristalización de la foto de la realidad en el resultado de las PASO, el análisis de situación se asemeja a los pronósticos imaginados (no así a las encuestas). La combinación de la crisis económica, el derrotero político y el manejo de la pandemia detonaron la credibilidad de un gobierno nacional y provincial (Buenos Aires fue el gran escenario de la derrota) con escasa reacción, mucho entramado y varios papelones en su haber.
Muy lejos de la “vida que queremos”, sin asado y sufriendo una inflación con ínfulas venezolanas el panorama que se avecina sigue sin pronosticar un cambio de rumbo. Con el resultado de las elecciones primarias sellado y muy poco tiempo por delante para las generales de noviembre, el foco dirigencial está puesto en torcer el itinerario del Titanic. El mayor problema es que dentro del mismo la orquesta sigue tocando como si nada pasara.
Hoy, cómo pocas veces, la alta política parece muy alejada de la calle. Tanta crítica hubo hacia la gestión anterior y tan parecida (en algunos puntos) es la actual. La mimetización del poder es notable: todos parecen replicar los aspectos negativos del accionar diario. Lo que exaspera es que la reacción sea por respuesta. Sólo el severo castigo de las urnas obliga a revisar el camino. Es una tortura social pero a la vez un aliciente: cada uno de los votos tienen su peso específico.
Fanática del borde del abismo, nuestra nación serpentea sin rumbo fijo y padece de cortoplacismo. El diagnóstico es bravo y la proyección no entrega buenos augurios. Sin embargo, la base del país sigue vigente. Ese vasto espacio que sostiene la pirámide mantiene sólidas las estructuras que lo motivan: trabajo, familia y salud. Sólo resta cotejar los resultados electorales para darse cuenta que no todo está perdido.
Román Iglesias Brickles
