Mientras recorro la geografía norteamericana en plena Copa América y a días que la Argentina juegue la final, en otra labor profesional para la pantalla de canal 26 (un clásico de Mediakit que lleva ya 10 años en ese lugar de la tv), aprovecho para reflexionar sobre la idea que pone de manifiesto Javier Milei, que no ha disimulado nada a la hora de decir que quiere una Argentina totalmente alineada con esta potencia. Qué se quiere parecer a los Estados Unidos. Que este país es su aspiración -de hecho lo visito más de 5 veces en 6 meses-.
Lo primero que observo en los más de 5000 km recorridos en auto por las espectaculares autopistas (mientras escribo estas líneas disfruto un rato de ir a Texas por aire, finalmente), es que aquí la obra pública es sagrada. No hay una concepción de país que no la tenga como estandarte: es independiente si son demócratas o republicanos los gobiernos de turno. Siempre hacen un carril más, una rampa más de salida o más infraestructura de cualquier tipo. Y generan empleo genuino alimentado a la economía. Todos ganan en esa dinámica.
En nuestro país se han enamorado del déficit cero, lo cual está bien en tanto y en cuanto no se rompa más el tejido social y el empleo, desde luego. Pero hay una idea de recaudar impuestos populistas gastando como liberales. Dejo lo que había, un cuasi saqueo fiscal, pero no hago ni un metro de asfalto.
No se puede pensar en un país digno sin infraestructura: cloacas y agua potable, autopistas, rutas y redes de energía sustentables, pensadas en equilibrio con el medio ambiente.
El mundo está cambiando y la idea de progreso con políticas de infraestructura amigables con el cuidado del hábitat es ahora lo que está bien, por suerte.
Es inconcebible pensar que no hay que hacer mejores caminos para mover el noble producto agropecuario. O que no se amplíen las terminales portuarias para sacar la riqueza que trae los dólares al país. ¿Quién querría invertir en un país sin seguridad jurídica pero aparte sin seguridad vial o ciudadana?
Los gobernadores piden a gritos que les cedan las obras y ellos mismos podrían buscar las alternativas de financiamiento. Milei propuso hacerlo “a la chilena” -en la campaña- pero luego no habló más del tema. Mientras lidian con el dólar, producto de un mercado que los sopapea a diario en los últimos días, los integrantes del gabinete intentan afirmar que saben cuál es norte.
Los intendentes, en tanto, ven las elecciones lejísimos. Necesitan pagar las cuentas y obviamente son invitados a hacer el ajuste. Algunos osados hacen obras, en los casos donde la recaudación todavía alcanza. Otros dudan en pagar los servicios a tiempo, o prometen inversiones millonarias en seguridad. Algunos no arreglaron ni una vereda todavía. Otros piensan en hospitales o más centros de salud y se lanzan a la aventura.
Decía Gustavo Posse tras dejarle su cargo en San Isidro al novato Ramón Lanús, que aún lidia con su propia lucidez y se despabila de un letargo llamativo tras siete meses de dudosa gestión municipal en San Isidro: “Hicimos 14 túneles bajo nivel en 24 años, más de dos por cada mandato, y todos le costaron cero pesos al vecino porque se gestionaron con la Nación”. Se lo puede criticar en otras cuestiones, pero en eso estaba orientado el ex alcalde. Hay que agudizar el ingenio, muchachos.
Javier Milei se jacta de haber eliminado la pauta oficial, algo que también es discutible en función de la importancia que adquieren campañas de prevención en salud y seguridad, por ejemplo. Acaso, ¿alguien observó alguna promoción del uso del preservativo?
Los municipios también las tienen que usar para difundir servicios o trabajar en serio contra la inseguridad, por caso.
La realidad es que el amiguismo juega y lo de la no pauta es un bleff: aquellos que no son críticos reciben frondosos avisos de privados amigos del poder o de entidades cercanas a los gobiernos. Otra parte de la hipocresía actual. Es hora de quitarle el velo a los héroes de pacotilla.
Eduardo Abella Nazar