No ha podido la política alejarse del estado de degradación institucional y social que vive la Argentina. Aún con honrosas excepciones que siempre habrá, es llamativo ver cómo se agreden los dirigentes de un mismo espacio. Pasa más en Juntos por el Cambio (les va quedando viejo lo de cambiar) que en el Frente de Todos, donde hay menos agresión pública pero se amenazan cada dos por tres.
Qué lejos quedaron aquellos políticos que dirimían puertas adentro y respetaban a sus adversarios internos. Hoy se dicen de todo. Se desean lo peor. Joaquín de la Torre le dice “inspector de veredas” a Larreta, y lo manda a bajarse de la candidatura.
En el ámbito provincial pasa de todo. En Tigre, los concejales que ingresaron con Zamora (la mayoría de ellos) están embarcados en la guerra política declarada de Malena Galmarini al intendente, al cual va a enfrentar en las urnas, el ámbito que corresponde, obviamente. Esto se repite. Las internas se volvieron más cruentas que las abiertas. Adentro vale todo. Pero resulta qué hay un país en emergencia económica, social y con una crisis de seguridad alarmante. Un intendente con varios mandatos en el lomo me confiesa: “Si decimos la cantidad de policías que nos mandan, no los que dicen que hay, la gente se va corriendo”. Aún con sus problemas a cuestas, los alcaldes sostienen la seguridad a los ponchazos, con lo que tienen, y ahora buscan más choferes civiles para poder tener patrullaje y al menos un efectivo armado por auto que no tenga que manejar.
El gobernador de la provincia, Axel Kicillof, es un ausente inexplicable: nadie sabe si está buscando algún policía para sumar a las calles o pensando en alguna obra: no se conoce su gestión. Dramático. La inflación nos come vivos, pero ellos, los políticos, muestran que lo único que les importa es llegar a ese lugar ansiado en la lista. Los verdaderos problemas de la gente no se discuten. Importa la interna pública. El país se enfrenta a un período en el cuál deberá decidirse de verdad por una nueva forma de llevar la cuestión pública. Se han desperdiciado dos décadas. Es el juego de la oca. Argentina y sus miserias.
Eduardo Abella Nazar