Cuando uno mira alrededor y ve en detalle lo que realmente está sucediendo tiene la absoluta tentación de caer en pánico. Algunos se dejan avasallar y se sumen en el peor sentimiento posible para un ser humano: la resignación. Nada puede ser posible si no se intenta forjar un destino. La incómoda sensación de siempre estar al borde del abismo es permanente. No sólo no da tregua sino que se profundiza con el paso del tiempo. Por eso mismo, la cercanía de las PASO tiene que resultar un ungüento (ya no sanador) que alivie no las venas abiertas de América Latina, sino de la mismísima Argentina.
A pesar de todas y cada una de las noticias y sucesos que nos afectan diariamente y fuerzan hasta el infinito nuestra capacidad de asombro, todo el país reconoce en sus entrañas que el cambio sólo puede sobrevenir desde las urnas. Y eso es mucho en una nación que en su historia abusó del péndulo (entre izquierda y derecha) más que del esfuerzo, compromiso y el trabajo a largo plazo. Lo cierto es que las urnas vuelven a ser la manera de elegir un camino hacia adelante.
Claro que la garantía del cambio tampoco queda certificada una vez emitido el voto. Pero el deber cívico es soberano y el sólo hecho de sufragar tiene efecto positivo. La participación aúna y empodera al ciudadano. Las postergaciones a las que se somete a una gran porción de la población argentina por parte de la dirigencia política es vergonzosa. Con las innumerables herramientas que se cuentan desde los mandos altos y medios para cambiar el rumbo da la sensación que ya ni siquiera impera la maldad. La impericia emerge tan fuerte que se asemeja a la peor pandemia vivida por el planeta tierra.
Y no tiene que ver con colores políticos. Hay buenos ejemplos de gestión con distintas afiliaciones como puede ser el trabajo de Julio Zamora en Tigre, Jorge Macri en Vicente López, Gustavo Posse en San Isidro o Ariel Sujarchuk en Escobar por citar a los pocos que se destacan al frente de sus municipios. El reconocido politólogo estadounidense Francis Fukuyama saltó a la fama internacional luego de escribir “El Fin de la Historia” en 1992. Tras la caída del Muro de Berlín y realizando un análisis general de los sistemas gobernantes en el mundo destacó que «el fin de la historia significaría el fin de las guerras y las revoluciones sangrientas. Así los hombres satisfacen sus necesidades a través de la actividad económica sin tener que arriesgar sus vidas en ese tipo de batallas”. Aceptado como una verdad universal por el mundo moderno, sólo en la Argentina se cuestionan este tipos de esquemas. También depende de nosotros el modelo de país que queremos. No lo olvidemos.
Román Iglesias Brickles