En un presente con muchas dudas y algunas certezas, tener un pilar donde apoyar lo más básico para organizarnos como sociedad no puede ser descartado ni subestimado. Ese pilar que debemos mantener firme es lenguaje.
Entre otros varios elementos, el lenguaje es una característica que nos hermana, nos define y nos une como argentinos. ¿Hay otros idiomas o regionalismos? Sí. Pero nuestro lenguaje común, el que todos entendemos es el español.
Y de eso no escapa el Estado al comunicarse con nosotros, con los ciudadanos, ni nosotros, los argentinos, al dirigirnos al Estado. Usamos el mismo lenguaje porque tenemos un punto de partida común y porque queremos e intentamos ser uno.
Hace unos días, presenté en el Congreso de la Nación un proyecto de ley que establece el concepto de «lenguaje claro» para referirse a la aplicación de un tipo de redacción clara y ceñida a las normas de la Real Academia Española. Este tipo de lenguaje deberá ser utilizado en la comunicación oficial.
La moda de los últimos años de proponer el uso de la «x» o de la «e» para unificar, y no para diversificar como se argumenta, se observa más como un intento de apuntar a un enemigo cual adolescente que busca alguna rebeldía que le brinde la sensación de autodeterminación que como un cambio de paradigmas al que el tiempo pondrá como dominante.
Justamente, la inclusión parte de que una norma sea común, la entendamos, podamos respetarla y hacerla respetar. Todo lo contrario a lo que sucede con esta moda progresista de utilizar eufemismos y errores gramaticales.
La búsqueda de un salvoconducto en el uso de un lenguaje «neutro», utilizando la «e», la «x» o, en un intento de extrema ridiculez, la «@», para fortalecer la igualdad entre hombres y mujeres es fácilmente contrastable con una realidad que deja al desnudo una fantasía; esa «neutralidad» se practica en el idioma farsi, hablado desde hace 25 siglos en Irán y Afganistán; países cuyas sociedades no estarían entre las menos misóginas del mundo.
Esperar que decir «todes somos iguales ante la ley» colabore con la visibilidad de diferencias y con la erradicación de la violencia es caer en el reduccionismo, y éste, se sabe, no ayuda en nada a solucionar los problemas de fondo.
Para ser más claro: la sustitución de la letra o por la «e» o la «x», el mal llamado lenguaje inclusivo, no es solución para nada, ni siquiera una herramienta para la solución.
El dinamismo que se argumenta choca con la misma libertad que se pretende ofrecer; es en ese cambio compulsivo y ordenado donde se esfuma el cambio paulatino y natural de una costumbre, de un lenguaje.
El Estado debe garantizar el acceso a la información y a su vez hacer todo el esfuerzo para que los ciudadanos estemos en conocimiento de los actos de gobierno. Una República la construyen los ciudadanos con sus manos, sus espíritus y su conocimiento, y se defiende con actos firmes y lenguaje claro y común a todos.
Por Francisco Sánchez, diputado nacional de Juntos por el Cambio por Neuquén.
Fuente: Noticias Argentinas
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