La famosa frase atribuida al dictador y emperador romano Julio César “divide y reinarás” tuvo, y tiene, a lo largo de los siglos grandes adeptos y obedientes ejecutores. Y, ciertamente, hay que reconocer que entrega sus frutos en la mayoría de los casos. Sin embargo, su exacerbado empleo en nuestra política vernácula está llevando a la situación social a un extremo inimaginado. Tanto es así que hasta podría volverse en contra de aquellos que con tanto énfasis la pusieron en acción.
La severa atomización casi naturalizada en la vida cotidiana deriva en el extremo opuesto del inicio propuesto por el otrora mandamás planetario. El “sálvese quien pueda”, tan a mano hoy en día, por poco es la norma diaria de un país que se va desintegrando a la vista de todos. Con una calidad institucional deteriorada, discusiones políticas absolutamente alejadas de la realidad y políticos que hacen de todo menos resolver los problemas de la gente el camino se plantea, mínimamente, de gravedad extrema.
Ser contemporáneos en este segmento de la historia atempera el poder de análisis (cada hecho es más grave que el anterior) y nos parece que cursamos un proceso natural que algún día culminará. Sin embargo, en esta suerte de dejar obrar al Destino, puede llegar el día en que nos despertemos y ya no tengamos país alguno o que la poca civilidad que resida en nosotros se esfume como un último suspiro.
No se necesita ser un avezado cartógrafo para trazar el mapa de la Argentina de hoy. Según los analistas, en la distribución del protagonismo del presente existe un estrato poblacional llamado “La Política” que, con unas pocas pero honrosas excepciones, vive sus días bajo su propia dinámica y normas; otro bajo el mote de “piqueteros” que, sintonizados con los primeros, dominan la calle y el tercero -una enorme mayoría- es quien produce y motoriza la actividad económica del país.
Sin embargo, los dos primeros combinan su agenda y rearman la realidad para presentarla como binaria. Esta estrategia, tan efectiva como destructiva de la identidad nacional, está horadando las bases republicanas. Acallar sus voces no es casual dentro de aquel primer mandato surgido de Roma. Aunque los tiempos sean otros las necesidades son las mismas.
Román Iglesias Brickles
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