Personajes ilustres
Beccar: Oesterheld y Ezcurra, vecinos ilustres con destinos similares
Por Bartolomé Abella Nazar
En la misma época y a escasos metros de distancia, vivieron Héctor G. Oesterheld con su familia e Ignacio Ezcurra con la suya. Escritores brillantes de distintos géneros. Héctor, autor de historietas -su mejor obra, El Eternauta- mantiene vigente un prestigio mundial. Ignacio genio y atrevido, candoroso e intrépido, alegre, curioso y solidario desapareció en Vietnam hace 50 años en busca de la verdad. ¿Se habrán conocido teniendo tanto en común?
Para quienes hemos vivido toda la vida en San Isidro, solo mencionar al barrio de Beccar en los años ´70 nos lleva a recordarlo como pueblo muy tranquilo, quintas con grandes jardines usadas para pasar los fines de semana, calles de tierra, hermosa arboleda, casas de diferentes estilos. Jugábamos al fútbol en sus calles.
Era en aquel barrio donde nos juntábamos con amigos para hacer esquina, sinónimo de no hacer nada. Pasábamos la tarde conversando, mirando las lindas vecinas, discutiendo, fumando, hablando de nuestros deportes favoritos o queriendo terciar con nuestro discurso cual era la mejor manera de arreglar al mundo.
En esos años frente a la estación del tren Mitre en un chalecito de estilo californiano (inmortalizado en el Eternáuta) vivía una familia con sus cuatro hijas de singular belleza. Junto a mis amigos coincidimos que la mejor estrategia para conocerlas era la de arrojar la pelota de rugby en su jardín. Y dio resultado a nuestro cuarto intento. Estela la hija mayor de ellas con una sonrisa entre picara y tímida nos devolvió la ovalada y nos dijo «mañana los invitamos a tomar el té, pero no arrojen más la pelota ya que perdemos un tiempo precioso e inútil en su devolución«. Grande fue nuestra sorpresa –el de tomar un te informal con las niñas– cuando nos recibió Héctor German Oesterheld en su living con unas deliciosas tortas horneadas por Elsa la dueña de casa y sus da hijas Estela, Diana, Marina y Beatriz. Nos llamó la atención la cantidad de libros, revistas de historietas, panfletos y diarios que había en todos los rincones de la casa. Sólo con el tiempo comenzamos a comprender quien era realmente el dueño de casa.
En la misma época llegó al barrio a vivir a escasos metros de los Oesterheld sobre la calle Ayacucho hacia la Av. Del Libertador nuestro primo, Ignacio Ezcurra, el quinto de los 12 hijos de la «Chiquita» Ezcurra. Ignacio era periodista de La Nación.
Claudio Escribano, quien trabaja en La Nación, hizo una descripción brillante en el diario cuando se cumplió su 50º aniversario de desaparición en Saigón: «personaje larguirucho de 28 años casado con Inés Lynch, chica bellísima, veterano de muchos viajes a dedo, tan cálido y bohemio como diestro en la redacción de prosas rebosantes de perspicacia. Había logrado lo que por lo común se logra, con experiencia y lecturas vastas, en años de maduros oficio». «Sobraban cables contrapuestos en ese genio atrevido, tan inteligente como candoroso e intrépido, alegre, curioso y solidario, para captar el mundo y reflejarlo en la más amplia diversidad de sus matices»
Queda así el más absoluto misterio si Ignacio y Héctor se habrán conocido siendo vecinos.
Me pregunto muchas veces esto, en razón de que seguramente alguna vez coincidieron en ser habitués del bar El Parque del Gallego pegado a las vías en la punta de la estación, capaz se cruzaron en la verdulería de Cereceto, en la lechería de Polo o comprando en la fiambrería Hanover del alemán. Seguro Julio, el dueño del escarabajo verde agua y dueño del puesto de diario les llevo el diario o revistas.
Fue muy comentada en su tiempo la travesura organizada por Ignacio. Sucedió que siendo muy jóvenes en los veranos nos trasladábamos con nuestra familia a Mar del Plata los tres meses de veraneo. En uno de ellos tuve el privilegio de ser el «cadete» de Ignacio y aprender con él el oficio de periodista, fue una experiencia alucinante cuando fue designado por La Nación responsable de enviar una columna diaria llamada «Perfiles Marplatenses» en la que destacaba lo que sucedía en la feliz en las diversas actividades del espectáculo, lo social o la actualidad veraniega. Había días donde no encontraba temas de interés: entonces decidió crear la noticia. En complicidad con su amigo el «play Boy» Tornillo Belloti dueño de la fábrica del dulce de leche Chimbote nos citó debajo del estacionamiento del ACA en Playa Grande justo al lado del bar Pajarito. Tornillo llegó con su imponente coupe Mercedes Benz. Grande fue nuestra sorpresa cuando nos encontramos al abrir el baúl unas diez latas de dulce de leche recién elaboradas. Tuvo la picardía de hacerlo preparar muy «chirlo«. A las órdenes de Ignacio y sin que el participara porque era el periodista que cubriría la nota, tomamos las latas junto con mi hermano Cristián y con algunos amigos nos fuimos para la costa de playa grande donde junto al mar acampaban los turistas de paso y no los habituales residentes de los balnearios, a los que decidimos atacar con el dulce de leche. A pesar de estar bastante líquido costó un poco que se desprendiera de la lata, cuando lo hizo quedo un rato en suspensión en el aire –como una nube color caramelo-, y se desparramo entre las sombrillas, sillas, ropa y las desprevenidas víctimas. Los tomamos por sorpresa y tardaron en reaccionar. Cuando lo hicieron desarmaron las sombrillas y con los palos de las mismas nos corrieron por la playa con la intención de ensartarnos… corrimos sin parar y no fuimos alcanzados. Por varios días no pudimos volver a la playa. Al otro día Perfiles Marplatenses tituló «Carnaval de dulce de leche en Playa Grande«. Ignacio consiguió su nota del día.
Héctor, el guionista más destacado de la época, de carácter moderado, y con un leguaje modesto y sin hacer alarde de sus creaciones dejó un legado fundamental en la ficción nacional. La simpleza de sus héroes y una delgada línea entre la ficción y la realidad fueron las coordenadas de su obra que le otorgan un prestigio mundial que aun hoy está vigente. El Eternauta -su máxima obra- es el Martín Fierro de la historieta.
A Oesteheld lo conocí taciturno y callado, introvertido, su cabeza era de una imaginación permanente y pasar tiempo en su casa con sus cuatro hijas y Elsa su esposa era idílico.
En los varios fines de semana que compartimos jamás tuvimos discusiones políticas, ni partidistas, a pesar que simultáneamente se producía «El Cordobazo», la presidencia de Campora, la masacre de Ezeiza y la vuelta de Perón… ¡o al menos no nos dimos cuenta! Después de algunas investigaciones coincidimos que un vecino con ideas revolucionarias, los fue convenciendo a todos del camino revolucionario que llevo a Héctor, sus hijas Estela, Diana, Beatriz y Marina, sus dos yernos y dos nietos a la muerte.
Nuestro vecino y sus hijas desaparecieron y nunca más supimos de él, hasta muchos años después por investigaciones relacionadas con la desaparición forzada de personas.
Ignacio desapareció en plena guerra en Vietnam y tampoco aun hoy sabemos dónde estarán sus restos o cómo fue que murió siendo tan solo un periodista que cumplía con su labor de informar sobre lo que ocurría en el frente de combate.
Paradojas al fin, ambos terminaron desaparecidos, tal vez buscando desde la intelectualidad, la acción dentro de un tiempo difícil de nuestro país, o Ignacio buscando con el mayor de los profesionalismos, la noticia de una guerra a la que el mundo tuvo en primera plana durante tantos años.
Vivieron en nuestro barrio, ambos coincidieron en muertes violentas, los dos recorren los recuerdos de muchos de nosotros en señal de los caminos que la vida ofrece a cada uno por separado, sin saber cuándo y dónde terminarán.
Vecinos ilustres, personalidades fantásticas, vidas truncadas, todo ello en un tiempo que traigo al recuerdo para los que aún creen que las historias valen la pena contarse y ser recordadas.