Cualquiera que esté al tanto, mínimamente, de la realidad entiende cuando se habla de que “las cosas se estiran”. Nada, o mejor dicho, la mayoría de las cuestiones nunca se cumplen en tiempo y forma. Los plazos nacieron para ser corridos, los proyectos para atravesar procesos interminables y las soluciones para postergarse in eternum. Siempre hablando de política y mirando el gran tablero nacional pero también el provincial y local las definiciones parecen tratarse en un segmento espacio-temporal alejado del suelo y de la vida cotidiana, salvo honrosas excepciones.
La famosa reactivación, la baja de la inflación o “el plan para que sobren dólares”, entre tantas ideas brillantes que jamás se cristalizan, cobran vida imaginaria en una dimensión paralela. Muy poco de lo que se anuncia llega a realizarse tal cómo se presenta y los meses y años pasan para la ciudadanía argentina, que cada vez se encuentra en una situación peor a la anterior. La realidad marca que en diferentes niveles la respuesta de la clase política a los problemas cotidianos ha sido fallida, sin importar colores ni banderas.
En un año electoral en el que las encuestas aseguran que la gente no vislumbra un futuro positivo en lo inmediato y, cómo nunca, se optará por el mal menor, la esperanza radica en que quien asuma el poder consiga enderezar el rumbo de un país pleno de riquezas y de oportunidades que no para de tropezar siempre con las mismas piedras.
La pelea en el ring principal se va perfilando aunque todavía pasará mucha tiempo valioso para los votantes antes de que haya títulos concretos. La inflación e inseguridad siguen su ritmo incontrolable y también son reclamos de la ciudadanía. Quizás allí radique una pista de cuál podría ser el mejor candidato opositor.
Los tiempos se acotan y los plazos para encontrar soluciones se diluyen. Mientras tanto, la esperanza de que el país salga adelante debe enfocarse en una mirada de muy largo plazo. Se estira, como chicle, la espera de un pueblo que se contenta solamente con que no le compliquen la existencia.
Román Iglesias Brickles